Al llegar a Coquimbo escucho, a lo lejos, valses criollos. Imágenes remotas me recuerdan tanto al Perú como a la tierra aquella de mi niñez. Luego reconozco la voz, es Lucho Barrios, cantando sus boleros cantineros que sólo había escuchado en radio "La insoportable" e "infelicidad". Es grato ver que algo tan sublime y simple como la música puede unir dos pueblos divididos por rivalidades originadas por guerras de la derecha.
El puerto de Coquimbo se ve tan calmado y lleno de gaviotas, pelícanos y demás aves. Puedo ver también intensa actividad pesquera con harto barco, incluso diviso varios cruceros. Hay, no sé como, una extraña sensación de casa aquí, quizá sea el olor a mar, la música cantinera del Lucho, los platos marinos o aquellos lobos marinos que nadan en aguas chilenas.
Estoy tan lejos de lo que conocí y considero mi hogar, mas me siento bien, como en casa. Quizá las personas nos adaptamos donde mejor nos sentimos. Veo dos lobos marinos jugando en el mar; ¿serán acaso los mismos que vi hace un mes en Pucusana? ¿o aquéllos que fotografié en Valparaíso hace un año? ¿o aquéllos de mi niñez ariqueña? ¿Seré acaso yo, quien escribe bajo el sol coquimbano, el mismo que lleva una burguesa vida limeña?
Pregúntome esto y veo un lobo marino con el lomo herido y cortado. Lo que me queda claro es que los hombres somos quienes destruimos y hacemos daño a la naturaleza, estemos donde estemos...y me doy cuenta que soy humano...y que lucho contra mi pseudonaturaleza.
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